El Pulso de la Industria / ¿Sálvese quien pueda?

Por: Thomas Karig

La crisis del COVID nuevamente nos demostró que ni los políticos ni los científicos tienen respuestas para todo. Los que pensaron que el avance de la ciencia y la tecnología iban a resolver el problema, se han visto decepcionados. Y las decisiones que toman los políticos en muchos casos tienen que ver más con cubrirse las espaldas que con la certeza de tener la respuesta correcta. El problema es que esto genera frustración y desencanto, y, en el peor de los casos, teorías de conspiración y actitudes antisociales.

Entonces, ¿qué podemos hacer? He escuchado a quienes dicen: cada quien tiene que tomar su propia decisión. Muy bien, pero: ¿en base a qué? Lo que no toman en cuenta los que argumentan así, es que mi decisión puede impactar a otros, en forma positiva o negativa. La responsabilidad que cada uno que nosotros tiene por el bien común, es especialmente relevante en situaciones como las que estamos viviendo. Por algo las sociedades occidentales, en especial los Estados Unidos, han sido menos exitosos en superar la pandemia que los países asiáticos que privilegian el bien de la comunidad.

Al final del día, no hay como el sentido común. Nada más acuérdense de la absurda discusión sobre si había que usar cubrebocas. Finalmente lo hacemos, por lo menos la mayoría, porque tiene una lógica elemental en una enfermedad de las vías respiratorias. Y la otra es: cuantas veces nos han dicho que hay que comer frutas y verduras, cuidar nuestro peso, hacer ejercicio y no abusar del alcohol, ni hablar de otros vicios. Ahora resulta que los que no se cuidan son los más amenazados por el virus. ¿Alguien se puede dar por sorprendido?

Todo esto nos debe servir de lección para finalmente tomar acción decisiva contra la próxima crisis que se avecina: el cambio climático. Sigue habiendo políticos que por una lógica electoral niegan la amenaza, e incluso algunos científicos que argumentan que no está probado al 100%. Pero nuestra experiencia cotidiana nos dice que el clima si está cambiando, entendemos la simple lógica del efecto invernadero, y nos espantamos con la noticia de que los glaciares y los arrecifes de coral están desapareciendo. ¿Qué más necesitamos que pase para tomar acción?

La salud de la sociedad humana está íntimamente ligada con la salud del entorno natural. Eso es algo que entendemos intuitivamente, y ahora deberíamos haber aprendido que ni la política ni la ciencia nos van a salvar de los desastres que vienen. Y si con la pandemia todavía podemos esperar que sus efectos se pueden superar en un par de años, el cambio climático nos va a impactar por décadas o incluso siglos.  Afortunadamente, cada vez más personas, instituciones y empresas están entendiendo el mensaje y tomando acción. El reducir nuestra huella de carbono a nivel individual no es tan difícil, y tampoco lo es a nivel de una empresa incluyendo sus productos y servicios. Una señal inequívoca la están dando los mercados de capitales, donde la sostenibilidad de las empresas (y de los países) que reciben el dinero de los inversionistas se vuelve un criterio indispensable para los tomadores de decisión.

El desarrollo sostenible de una empresa se evalúa considerando tres criterios:

  1. la responsabilidad ecológica, que incluye las acciones contra el cambio climático
  2. la responsabilidad social, que busca mitigar las crecientes tensiones en ese ámbito
  3. la Gobernabilidad, que requiere de la existencia de sistemas de gestión que aseguren la actuación correcta de la empresa en la consecución de sus objetivos

Actuar de acuerdo con estos principios es posible, y necesario, para cualquier organización. Tenemos los conocimientos y los medios para asegurar el bienestar de la humanidad y del planeta. Sería absurdo que nos faltara la voluntad para aplicarlos.

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